Lienzo carmesí parte 1 de mi amigo

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—¿Qué es este lugar? —preguntó Lars bajo el umbral de la puerta. Una ventisca brotaba desde el interior de la habitación y mecía su pelo negro. Era un joven muy delgado, de rostro perfilado y porte austero.Image p

            —Este lugar, mi buen amigo, es su futuro —se apresuró a contestar Janos, indicándole la entrada con una mano flácida y apergaminada.

            Lars pasó por debajo de la puerta, avanzó inseguro hacia el interior del departamento. Al principio, la oferta de Janos le había resultado un poco impulsiva, como si hubiera alguna trampa escondida detrás, tal vez una contraindicación que él ignoraba, la letra pequeña del contrato que jamás había leído. Sin embargo, no encontró nada llamativo o extraño al recorrer el lugar. Cuatro paredes de un gris estéril; cortinas de seda color crema danzando ante una puertaventana que daba al balcón y por la cual ingresaba la brisa nocturna del verano; sillones, mesas lujosas sin vida; un cuadro abstracto en una de las paredes del living. Todo normal, aunque no fuese de su preferencia.

            Estaban en el piso cuarenta, las luces de New York parpadeaban como luciérnagas ahogadas en un mar de lejanas avenidas y estrechos callejones.

            Lars miró al viejo, un hombre pulcro de pupilas como galaxias insondables. Sólo lo había cruzado un par de veces, en el hall del hotel, pero prestándole la misma atención que a un florero. Tenía aspecto distinguido, algo afeminado, aunque sólo si te detenías a observarlo bien; de lejos parecía uno de esos nuevos ricos que no saben cómo gastar la plata y aún conservan parte de su antigua personalidad: se dan gustos excéntricos que antes ni siquiera podían soñar y, al hacerlo, lanzan al aire comentarios nada reservados atrayendo las miradas reprobatorias de otros huéspedes del hotel. “¡Oh, jamás creí que probaría el caviar, Dorothy!”, exclama un hombre con acento rural y modales grotescos. “Oye, querido, ¿me compras ese collar tan bonito?”, grita una esposa avanzada de peso a su marido que forcejea con un traje incómodo que jamás usó en su vida.

            El señor Janos no era así; quizás parecía todo eso, pero sólo si lo mirabas de lejos. Nada más contrario a su verdadera esencia.

            Cuando Lars se aproximó al viejo aquella misma noche, éste comenzó a hablarle mientras removía aburrido su martini en la barra del hotel. El bueno de Lou había sido muy generoso al preparárselo, seguramente porque el viejo le dejaba increíbles propinas cada noche. Sólo fue necesaria una frase para que Lars supiera de inmediato que aquel hombre de ojos siderales tenía la conducta de un duque, y que, por ende, debía escuchar su proposición.

            —Le mostraré su futuro, estimado compañero —había dicho Janos.

            —Perdón, no entiendo a qué se refiere —repuso Lars, sin dejar de analizar el escote de la rubia del 105, a quien venía espiando desde hacía tres noches con la ilusión de encamarse con ella.

            —Sé que debe ser un poco… inusual —siguió Janos, la voz suave y armoniosa de un catador de vinos—. Me siento avergonzado, discúlpeme, pero creo que usted es la persona indicada.

            —¿Indicada para qué?

            Janos terminó el martini y pidió la cuenta. Se acomodó la corbata con un fugaz y preciso movimiento (debía usarla desde los tres años para tener ese manejo tan experto; ¿un internado, quizás?).

            —Para el negocio.  

            Negocio.

            ¿Por qué le sonaba tan falsa esa palabra?

            Le seguía pareciendo falsa incluso después de oír la propuesta del viejo, y esa falsedad se acentuaba a medida que conocía los detalles.

            Primero, la promesa; segundo, la idea; tercero, el departamento.

            El departamento.

            Lars volvió a la realidad en un parpadeo, miró otra vez al anciano, que seguía de pie —aunque de espaldas— en medio de la sala. ¿Qué observaba? ¿El tapiz gris, horrendamente frío, que cubría el muro y era tan apagado como la ropa de un preso?

            Janos se giró de golpe y dijo:

            —¿Conoce a Kandinsky?

            Kandinsky…

            ¡Eso estaba mirando, el cuadro de la pared!

            —No mucho. Era un pintor ruso, ¿verdad? Precursor de la abstracción.

            —Y también un teórico del arte —añadió Janos, alzando una ceja—. Toda una figura para el entendido, si me permite decirlo.

            Lars señaló con un gesto el cuadro, que colgaba detrás del viejo a la altura de su omóplato: ese amasijo de manchas difuminadas, vivaces tonos y formas dinámicas; una obra formidable para los estudiosos del color o un insulso garabato infantil para la gente sin conocimientos.

            —¿Es original?

            —¡Por supuesto que no! ¿Cree que tendría un Kandinsky en este hotel?

            Lars se ofendió por esa leve exasperación. La reacción de Janos se le antojó pedante, engreída; durante una fracción de segundo había perdido sus modales refinados. ¿Estaría fingiendo?

            —Bueno, me hizo una promesa. Un futuro, según sus palabras. También me comentó una idea: obtener algo cuyo valor asciende a… ¿dos millones, dijo?

            —Dos millones, trescientos mil dólares, para ser exactos —afirmó Janos, ahora preparando un whisky en el minibar; le corría una gota de sudor por el cuello, y eso que el aire acondicionado estaba puesto en nivel “Antártida”.

            —No entiendo cuál es la relación con este departamento. —Lars comenzaba a irritarse, pero lo disimuló prendiendo un cigarrillo que ni siquiera recordaba tener oculto en uno de sus bolsillos.

            —Usted lo hará desde aquí —dijo el viejo.

            “Qué curioso, no esperaba que dijera eso”, pensó Lars. ¿Cómo se suponía que lo haría, si estaba encerrado en una habitación de hotel? Bueno, en realidad tampoco sabía qué objeto iba a robar; Janos no había especificado eso todavía. De manera que Lars dio el siguiente paso y preguntó:

            —¿Qué voy a extraer?

            Janos era de alta cuna, y le gustó que Lars empleara la palabra “extraer” en vez de “robar”. Sonaba más profesional, más sofisticado y calculador.

            —Acompáñeme.

            Salieron al balcón. El viento a esa altura tenía mucha potencia, sacudía con toda su fuerza. Janos se inclinó sobre la barandilla y señaló hacia el siguiente balcón, situado al lado pero un piso más abajo. Lars se asomó, sintió vértigo cuando miró hacia abajo, luego echó una ojeada al balcón vecino. No había nadie, pero se veía luz desde la ventana abierta.

            —¿Tengo que entrar ahí? —preguntó, dudando por primera vez.

            Janos asintió.

            —No hay llave. Debe hacerse por el balcón, y el único modo de llegar hasta él es saltando desde aquí.

            ¿Cómo se las arreglaría para llegar? Si tropezaba o patinaba, abajo encontraría una muerte atroz; salvo que sufriera un ataque cardíaco antes de descuartizarse contra el cemento. Si Janos le conseguía un arnés la cosa sería menos complicada. Aunque él jamás había escalado ni usado sogas. Sintió una palpitación, empezó a recular y a considerar las consecuencias. ¿Valía la pena arriesgar su vida por dinero? Era un salto de fe. Literalmente.

            Era extraño, pero a pesar de las dudas, Lars quería arriesgarse. Su vida era aburrida; el divorcio se había llevado todas sus ganas de vivir, además del dinero que su esposa le exprimió “legalmente”. ¡Bam!, dos necesidades se habían encontrado: la ausencia de pasión existencial y la carencia de dinero. ¿Qué mejor solución que robar algo, sentir la adrenalina del peligro y obtener una buena paga?

            —Lo haré. Pero antes quiero saber a qué me enfrento —aceptó Lars.

            Janos le informó sobre los inquilinos: de qué vivían, cuándo entraban y cuándo salían, qué costumbres tenían, qué bares y restaurantes frecuentaban, cuáles eran sus platos favoritos, si había niños o mascotas, si dormían juntos o separados. Y, lo más importante, qué objeto robaría y dónde podía llegar a estar escondido. Lars se preguntó cómo habría obtenido tanta información. ¿Acaso tenía micrófonos y cámaras pinchando la habitación?

            —Lo harás esta noche —dijo Janos, prendiendo un cigarrillo mentolado y lanzando bocanadas que se difuminaron sobre el oscuro cielo.

            ¿Así de simple? ¿Sin preparativos ni exámenes previos? ¿Conoce a un extraño en el bar y como si nada le propone un robo de alto calibre? Era obvio que el viejo lo había investigado de antemano y sabía todo sobre él, pero Lars ignoraba cuánto habría averiguado.    

About britpref

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